martes, 4 de septiembre de 2018

Cuento de fantasmas relacionado con "Blues de Malasaña"

Maribel estaba tumbada en la cama. Suspiró. Las sensaciones que la embargaban eran de lo más curiosas: por un lado estaba el dolor físico, por otro, la sensación de haber dejado todo en orden antes de que partiera. ¿Partir hacia dónde? La muerte es el punto y final, no el pasaje a un embarque. Lo tenía claro. ¿O quizás no era así? Eso explicaría la presencia de sus padres la noche anterior junto a su cama. A pesar de ello no se sentía ni asustada ni triste, por extraño que pareciera. Se había perdonado a sí misma por los errores del pasado y había perdonado a sus enemigos. Tal y como le había dicho a su hija ese mismo día, se sentía feliz y en paz, orgullosa de haber logrado todo lo había conseguido a lo largo de su vida y podía irse tranquila. Se fue quedando dormida, poco a poco. El cansancio la pudo.
Sintió un hormigueo por todo el cuerpo y una especie de tirón suave. Escuchó voces a lo lejos, casi inaudibles, como amortiguadas. Supuso que estaban tratando de urgencia a algún otro paciente. Pero estaba en cuidados paliativos. Allí no hay urgencias ni prisas, sólo esperas. Poco a poco comenzó a distinguir la estancia. Borrosa al principio. Era de día de nuevo. Las enfermeras estaban inclinadas sobre la cama y un zumbido agudo le taladraba la mente. Veía a las jóvenes enfermeras de espaldas. Entonces se apartaron y pudo ver sobre la cama su propio cuerpo demacrado. Aquello la aterrorizó. ¿Cómo era posible aquello? ¡Se estaba viendo a sí misma desde fuera!
—¡Santo Dios! —dijo— ¿Qué sucede?
Pero nadie pareció oírla. Entonces lo comprendió. Había muerto. Entonces, ¿era cierto? ¿La muerte no era el final sino un cambio? Había algo más allá. Aquello no podía ser una alucinación, no lo creía así. Las enfermeras salieron. No supo cuánto tiempo había pasado exactamente cuando escuchó los gritos de su hija en los pasillos. Salió corriendo de la habitación para asomarse. Se había chocado con un celador…. Pero lo había atravesado. No había recibido ningún golpe, tan sólo pasó a través de él. Corrió por el pasillo, en dirección a los gritos. Noelia, su hija, estaba en estado de histeria pidiendo irse con ella.
Maribel no podía marcharse. No podía dejar a su hija sufriendo como lo había estado haciendo en el hospital, en el tanatorio y en el cementerio. Maribel estuvo presente, a su lado, en todo momento. Llegó a acompañarla a casa. Su marido (en verdad sólo estaban juntos, no se habían llegado a casar nunca) no parecía tan afectado como su cariñín, su brujita como la solía llamar desde pequeña.
Y el anclaje al mundo terrenal se hizo más fuerte cuando, al ver la relación de su hija con su novio, supo que ella corría peligro. Toni, la pareja de su hija, era un falso. Cuando le fue presentado, pensó que era un muchacho muy agradable y educado, pero ahora podía ver su verdadera naturaleza. Toni era un maltratador que estaba aprisionando a su hija mediante malos tratos psicológicos y algún que otro golpe. Vio, sin que él notara su presencia, cómo había sacado todo el líquido de frenos del coche de José Luis, su marido, y cómo le había llamado pidiendo socorro. José Luis tomó el coche en auxilio de Noelia. Todo había sido un montaje para que condujera a alta velocidad por la autopista.
Cuando se encontró cara a cara con José Luis, él se quedó de piedra.
—¡Maribel! Pero… ¿cómo…? si estás muerta…
—¿Y cómo te crees que estás tú? ¿De fiesta?
Aquello, de no ser tan trágico, hubiese sido gracioso. Pero no. No había gracia en la muerte de alguien. Noelia se había quedado sola. No tenía hermanos ni familiares cercanos. Sólo tenía a Toni, una persona en la que confiaba pero que la estaba manipulando y maltratando.
Día tras día, la pareja estuvo muy cerca de Noelia, intentando hacerla notar que estaban allí, que la estaban cuidando, pero sin conseguirlo. Sus voces no llegaban a los oídos de la chica, su presencia no era percibida, sus manos no llegaban a hacer contacto con su piel…
Maribel tuvo una idea. Noelia estaba durmiendo. Maribel se mostró en sus sueños, protegiéndola, procurando hacerla notar el olor del perfume que solía usar, con un tono a canela. Acto seguido el sueño cambió a los malos tratos que Noelia había recibido por parte del primer marido de Maribel. La chica se despertó, agobiada. Maribel tuvo la sensación que su hija había asociado aquel sueño a Toni, que dormía plácidamente en la cama.
La cosa se le estaba yendo de las manos a Toni a medida que pasaban los días y para Maribel y José Luis era horrible la impotencia que sentían al ser testigos de todo aquello y no poder hacer nada por evitarlo. Era como estar tras un cristal en una habitación insonorizada y por mucho que gritase, no la escuchaba.
Y se dieron cuenta de otra cosa, cuanto mayor era la emoción y mayor energía empleaban en hacerse notar, mejores eran los resultados. Una vez siguieron a Toni hasta su piso, que compartía con sus padres, y fue inmensa la rabia que sintieron al oir de boca del chico lo mucho que quería a Noelia y que ella era una loca desquiciada. Aquella frustración provocó que su cuerpo inmaterial cobrara la fuerza suficiente como para tirar un jarrón al suelo cuando Maribel arremetió contra él. Tanto Toni como sus padres se quedaron atónitos. Maribel se dio cuenta de su potencial, ahora sí. Y José Luis lo comprendió y siguió su ejemplo. Reuniendo toda la ira contenida, lanzó la mano contra la vajilla, sobre la mesa mientras cenaban. Los platos salieron volando por los aires hasta estrellarse contra las paredes. La familia se levantó asustada y se retiraron de la mesa que ahora se movía con violentos golpes. Maribel y José Luis estaban riendo en carcajadas.
Y así fue, así sucedió cada vez que el chico mencionaba a Noelia. Intentaban aterrorizarles y tratar de hacerles ver que, por alguna razón, los fenómenos se manifestaban cuando él hablaba de la chica. Los padres decidieron poner fin a la situación mudándose, obligando a su agresivo hijo que cortara con esa chica y a trasladarse a otro lugar lejano de allí.
Como Maribel había visto que el olor manifiesto de la canela parecía reconfortar a su hija, continuó haciéndoselo notar de cuando en cuando, mientras que con Toni sólo se manifestaba a base de golpes y ruidos espantosos. Y sí, Toni dejó a Noelia, no sin antes agredirla de nuevo, pero se alejó de su vida.
Y el tiempo pasó y Noelia había comenzado una relación con uno de sus amigos con quien había una serie de sentimientos mutuos ocultos. Noelia parecía ir recuperando la felicidad al lado de ese chico, Dylan, un joven ecuatoriano cuatro años menor que ella.
Maribel y José Luis estaban en su piso (en el piso que habían ocupado en vida) sin saber qué hacer ni qué sería de ellos, vagando por el mundo de los vivos. Escucharon ruidos en el portal y alguien que introdujo la llave. Cuando la puerta de la vivienda se abrió, la primera que entró fue Noelia:
—Como a vosotros os gusta más leer, pensé que quizás querríais algunos de los libros de mis padres. Me da pena tirarlos…
Tras ella entró Dylan y dos amigos más: Sandra y Kevin.
Noelia y José Luis podían notar la tristeza de la chica al estar allí de nuevo. Maribel hizo todo cuanto pudo por hacerla saber que seguía a su lado. Tomó toda la energía del ambiente, quedando más frío de lo que ya estaba. Noelia se acurrucó entre sus brazos y se frotó la piel de gallina bajo su chaqueta. Maribel la abrazó y, por un momento, pensó que su hija había notado aquel abrazo. Otra vez aquel agradable olor a canela… Dylan, sin embargo, parecía percibir algo allí, pues no dejaba de mirar en todas direcciones como asustado. Gracias a aquel chico ella estaba volviendo a ser ella misma, estaba volviendo a ser feliz…
Un destello de luz provino frente a ellos. Los chicos no eran conscientes de todo aquello, pero Maribel y José Luis sí estaban viendo por fin la famosa luz. Era una luz muy, muy brillante, pero para nada cegadora ni molesta. Y la paz y el sosiego que la transmitía eran celestiales. Como si fuese un flashazo, Maribel vio toda su vida y supo que había pecado en sobreproteger a su hija, pero que lo hizo con la mejor intención del mundo y no se culpaba por ello. Vio también la manera en la que despreció a su primer marido después de propinarle una brutal paliza a su hija en estado de embriaguez, y en ese momento pensó que era lo que sentía en aquella ocasión y que tampoco habría de ser juzgado. Todo tenía un porque, todo cuanto había sucedido en su vida tuvo una finalidad, tanto lo bueno como lo malo, que la hicieron ser lo que ahora era. Y todo aquello lo vio y sintió en un solo flash de luz, como el de una cámara fotográfica.
Maribel echó un vistazo a Noelia y Dylan, ambos estaban bromeando entre ellos. Miró de nuevo a la luz y aparecieron dos luminarias más a las que, a pesar de no tener físico alguno, reconoció como sus difuntos padres.
—Ya estás preparada para venirte con nosotros —dijo su madre—. Y tú también José Luis.
El sonido parecía sentirse con el “cuerpo”, era como si además de oírse pudiese tocarse.
Maribel miró a Noelia y los chicos, miró a José Luis, le sonrió y le tomó de la mano y ambos comenzaron a avanzar hacia aquella luz y, con cada paso, sintieron que se volvían más y más livianos.
Ya no hacía falta que protegieran más a Noelia, ella solita había aprendido a hacerlo y había personas en el plano terrenal a hacerlo si fuese necesario. Algún día se rencontrarían en el más allá y marcharon en paz…


#BluesDeMalasaña
#CuandoLosDestinosSeCruzan

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