Maribel estaba tumbada en la
cama. Suspiró. Las sensaciones que la embargaban eran de lo más curiosas: por
un lado estaba el dolor físico, por otro, la sensación de haber dejado todo en
orden antes de que partiera. ¿Partir hacia dónde? La muerte es el punto y
final, no el pasaje a un embarque. Lo tenía claro. ¿O quizás no era así? Eso
explicaría la presencia de sus padres la noche anterior junto a su cama. A
pesar de ello no se sentía ni asustada ni triste, por extraño que pareciera. Se
había perdonado a sí misma por los errores del pasado y había perdonado a sus
enemigos. Tal y como le había dicho a su hija ese mismo día, se sentía feliz y
en paz, orgullosa de haber logrado todo lo había conseguido a lo largo de su
vida y podía irse tranquila. Se fue quedando dormida, poco a poco. El cansancio
la pudo.
Sintió un hormigueo por todo
el cuerpo y una especie de tirón suave. Escuchó voces a lo lejos, casi
inaudibles, como amortiguadas. Supuso que estaban tratando de urgencia a algún
otro paciente. Pero estaba en cuidados paliativos. Allí no hay urgencias ni
prisas, sólo esperas. Poco a poco comenzó a distinguir la estancia. Borrosa al
principio. Era de día de nuevo. Las enfermeras estaban inclinadas sobre la cama
y un zumbido agudo le taladraba la mente. Veía a las jóvenes enfermeras de
espaldas. Entonces se apartaron y pudo ver sobre la cama su propio cuerpo
demacrado. Aquello la aterrorizó. ¿Cómo era posible aquello? ¡Se estaba viendo
a sí misma desde fuera!
—¡Santo Dios! —dijo— ¿Qué
sucede?
Pero nadie pareció oírla.
Entonces lo comprendió. Había muerto. Entonces, ¿era cierto? ¿La muerte no era
el final sino un cambio? Había algo más allá. Aquello no podía ser una
alucinación, no lo creía así. Las enfermeras salieron. No supo cuánto tiempo
había pasado exactamente cuando escuchó los gritos de su hija en los pasillos.
Salió corriendo de la habitación para asomarse. Se había chocado con un
celador…. Pero lo había atravesado. No había recibido ningún golpe, tan sólo
pasó a través de él. Corrió por el pasillo, en dirección a los gritos. Noelia,
su hija, estaba en estado de histeria pidiendo irse con ella.
Maribel no podía marcharse. No
podía dejar a su hija sufriendo como lo había estado haciendo en el hospital,
en el tanatorio y en el cementerio. Maribel estuvo presente, a su lado, en todo
momento. Llegó a acompañarla a casa. Su marido (en verdad sólo estaban juntos,
no se habían llegado a casar nunca) no parecía tan afectado como su cariñín, su
brujita como la solía llamar desde pequeña.
Y el anclaje al mundo terrenal
se hizo más fuerte cuando, al ver la relación de su hija con su novio, supo que
ella corría peligro. Toni, la pareja de su hija, era un falso. Cuando le fue
presentado, pensó que era un muchacho muy agradable y educado, pero ahora podía
ver su verdadera naturaleza. Toni era un maltratador que estaba aprisionando a
su hija mediante malos tratos psicológicos y algún que otro golpe. Vio, sin que
él notara su presencia, cómo había sacado todo el líquido de frenos del coche
de José Luis, su marido, y cómo le había llamado pidiendo socorro. José Luis
tomó el coche en auxilio de Noelia. Todo había sido un montaje para que
condujera a alta velocidad por la autopista.
Cuando se encontró cara a cara
con José Luis, él se quedó de piedra.
—¡Maribel! Pero… ¿cómo…? si
estás muerta…
—¿Y cómo te crees que estás
tú? ¿De fiesta?
Aquello, de no ser tan
trágico, hubiese sido gracioso. Pero no. No había gracia en la muerte de
alguien. Noelia se había quedado sola. No tenía hermanos ni familiares
cercanos. Sólo tenía a Toni, una persona en la que confiaba pero que la estaba
manipulando y maltratando.
Día tras día, la pareja estuvo
muy cerca de Noelia, intentando hacerla notar que estaban allí, que la estaban
cuidando, pero sin conseguirlo. Sus voces no llegaban a los oídos de la chica,
su presencia no era percibida, sus manos no llegaban a hacer contacto con su
piel…
Maribel tuvo una idea. Noelia
estaba durmiendo. Maribel se mostró en sus sueños, protegiéndola, procurando
hacerla notar el olor del perfume que solía usar, con un tono a canela. Acto
seguido el sueño cambió a los malos tratos que Noelia había recibido por parte
del primer marido de Maribel. La chica se despertó, agobiada. Maribel tuvo la
sensación que su hija había asociado aquel sueño a Toni, que dormía
plácidamente en la cama.
La cosa se le estaba yendo de
las manos a Toni a medida que pasaban los días y para Maribel y José Luis era
horrible la impotencia que sentían al ser testigos de todo aquello y no poder
hacer nada por evitarlo. Era como estar tras un cristal en una habitación
insonorizada y por mucho que gritase, no la escuchaba.
Y se dieron cuenta de otra
cosa, cuanto mayor era la emoción y mayor energía empleaban en hacerse notar,
mejores eran los resultados. Una vez siguieron a Toni hasta su piso, que
compartía con sus padres, y fue inmensa la rabia que sintieron al oir de boca
del chico lo mucho que quería a Noelia y que ella era una loca desquiciada.
Aquella frustración provocó que su cuerpo inmaterial cobrara la fuerza
suficiente como para tirar un jarrón al suelo cuando Maribel arremetió contra
él. Tanto Toni como sus padres se quedaron atónitos. Maribel se dio cuenta de
su potencial, ahora sí. Y José Luis lo comprendió y siguió su ejemplo.
Reuniendo toda la ira contenida, lanzó la mano contra la vajilla, sobre la mesa
mientras cenaban. Los platos salieron volando por los aires hasta estrellarse
contra las paredes. La familia se levantó asustada y se retiraron de la mesa
que ahora se movía con violentos golpes. Maribel y José Luis estaban riendo en
carcajadas.
Y así fue, así sucedió cada vez
que el chico mencionaba a Noelia. Intentaban aterrorizarles y tratar de
hacerles ver que, por alguna razón, los fenómenos se manifestaban cuando él
hablaba de la chica. Los padres decidieron poner fin a la situación mudándose,
obligando a su agresivo hijo que cortara con esa chica y a trasladarse a otro
lugar lejano de allí.
Como Maribel había visto que
el olor manifiesto de la canela parecía reconfortar a su hija, continuó
haciéndoselo notar de cuando en cuando, mientras que con Toni sólo se manifestaba
a base de golpes y ruidos espantosos. Y sí, Toni dejó a Noelia, no sin antes
agredirla de nuevo, pero se alejó de su vida.
Y el tiempo pasó y Noelia
había comenzado una relación con uno de sus amigos con quien había una serie de
sentimientos mutuos ocultos. Noelia parecía ir recuperando la felicidad al lado
de ese chico, Dylan, un joven ecuatoriano cuatro años menor que ella.
Maribel y José Luis estaban en
su piso (en el piso que habían ocupado en vida) sin saber qué hacer ni qué
sería de ellos, vagando por el mundo de los vivos. Escucharon ruidos en el
portal y alguien que introdujo la llave. Cuando la puerta de la vivienda se
abrió, la primera que entró fue Noelia:
—Como a vosotros os gusta más
leer, pensé que quizás querríais algunos de los libros de mis padres. Me da
pena tirarlos…
Tras ella entró Dylan y dos
amigos más: Sandra y Kevin.
Noelia y José Luis podían
notar la tristeza de la chica al estar allí de nuevo. Maribel hizo todo cuanto
pudo por hacerla saber que seguía a su lado. Tomó toda la energía del ambiente,
quedando más frío de lo que ya estaba. Noelia se acurrucó entre sus brazos y se
frotó la piel de gallina bajo su chaqueta. Maribel la abrazó y, por un momento,
pensó que su hija había notado aquel abrazo. Otra vez aquel agradable olor a canela…
Dylan, sin embargo, parecía percibir algo allí, pues no dejaba de mirar en
todas direcciones como asustado. Gracias a aquel chico ella estaba volviendo a
ser ella misma, estaba volviendo a ser feliz…
Un destello de luz provino
frente a ellos. Los chicos no eran conscientes de todo aquello, pero Maribel y
José Luis sí estaban viendo por fin la famosa luz. Era una luz muy, muy
brillante, pero para nada cegadora ni molesta. Y la paz y el sosiego que la
transmitía eran celestiales. Como si fuese un flashazo, Maribel vio toda su
vida y supo que había pecado en sobreproteger a su hija, pero que lo hizo con
la mejor intención del mundo y no se culpaba por ello. Vio también la manera en
la que despreció a su primer marido después de propinarle una brutal paliza a
su hija en estado de embriaguez, y en ese momento pensó que era lo que sentía
en aquella ocasión y que tampoco habría de ser juzgado. Todo tenía un porque,
todo cuanto había sucedido en su vida tuvo una finalidad, tanto lo bueno como
lo malo, que la hicieron ser lo que ahora era. Y todo aquello lo vio y sintió
en un solo flash de luz, como el de una cámara fotográfica.
Maribel echó un vistazo a
Noelia y Dylan, ambos estaban bromeando entre ellos. Miró de nuevo a la luz y
aparecieron dos luminarias más a las que, a pesar de no tener físico alguno,
reconoció como sus difuntos padres.
—Ya estás preparada para
venirte con nosotros —dijo su madre—. Y tú también José Luis.
El sonido parecía sentirse con
el “cuerpo”, era como si además de oírse pudiese tocarse.
Maribel miró a Noelia y los
chicos, miró a José Luis, le sonrió y le tomó de la mano y ambos comenzaron a
avanzar hacia aquella luz y, con cada paso, sintieron que se volvían más y más
livianos.
Ya no hacía falta que
protegieran más a Noelia, ella solita había aprendido a hacerlo y había
personas en el plano terrenal a hacerlo si fuese necesario. Algún día se
rencontrarían en el más allá y marcharon en paz…
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