martes, 14 de agosto de 2018

¡Primer capítulo de BLUES DE MALASAÑA!

¿Cómo actúa un maltratador? ¿Cuáles son los primeros rasgos más sutiles de que algo anda mal? ¿Qué retiene a la víctima? ¿Cómo se relacionan las personas? Las respuestas a éstas preguntas y muchas más se resuelven en "Blues de Malasaña", una ficción con una base muy real, asesorada por psicólogas y víctimas de violencia machista. 

Os dejo un vídeo a modo de tráiler antes de que leáis el primer capítulo íntegro a continuación: https://www.youtube.com/watch?v=fF36Er8YafM

Y ahora pasamos a lo importante, el prólogo y el primer capítulo para que vayáis abriendo boca:


PRÓLOGO
  
En toda gran ciudad como es Madrid hay cientos y miles de historias. Cientos y miles de vidas, millones de experiencias. Historias como las de Noelia González, Kevin Vega, Dylan Castillo o Sandra Cruz que son sólo algunas de las muchas que contiene ya no Madrid, sino el barrio Maravillas, más conocido como Malasaña.

El domingo 7 de abril de 2013 el portal digital EcoDiario.es publicó una entrada sobre “los peligros del 'sexting', una práctica cada vez más extendida entre los jóvenes”. El sexting no es más que un intercambio consentido entre dos usuarios de fotografías o vídeos eróticos o pornográficos propios a través de teléfonos móviles o redes sociales. Llamaba la atención el artículo a los padres, profesores y tutores de los jóvenes, ya que son cada vez más los adolescentes los que lo estaban practicando.
El 7 de abril es también el Día Mundial de la Salud.
También aquel día, Antena3 obtuvo el mayor índice de audiencia de todas las cadenas en la península.
En la edición matinal de ElMundo.es se anunciaba la detención de un hombre por descuartizar y mandar incinerar a su esposa en Alicante. Esa misma tarde se actualizó la información aclarando que se trataba de un gerente de una veterinaria. Son increíbles los actos que se pueden llegar a realizar, y los cometen quien menos te lo esperas.
El País informaba ese mismo día de otro crimen en Barcelona, en el que una mujer había matado a sus dos hijos, menores de edad, la pasada noche.
En la misma edición se hablaba además del científico John Gottman quien afirmaba haber descubierto un método casi infalible (95% de aciertos) para predecir si una pareja se separará en los próximos quince años a partir de recopilar una serie de datos.
Y hablando de predicciones, el horóscopo del signo acuario, para ese día 7 de abril, decía así: “ACUARIO: nacidos del 21 de enero al 19 de febrero. Hoy podrías conocer a alguien interesante en una salida con amigos: déjate llevar, pero no te lances de cabeza a una historia amorosa. El estrés acumulado durante la semana hará que no puedas desconectar de tus preocupaciones laborales ni durante el fin de semana. Te faltará fuerza: descansa algo, come bien y sal a airearte”. No estaría excesivamente errado, sobre todo si hubiera sido publicado una semana más tarde.
También ese mismo domingo 7 de abril de 2013, la joven acuario de veintitrés años, Noelia González Ruiz, estaba en su casa recogiendo sus ropas recién lavadas, secadas y planchadas y las guardaba en el armario. Había sido un fin de semana intenso.
Ese domingo por la tarde, mientras recogía, estaba pensando en la vuelta al trabajo al día siguiente, lunes.
A sus veintitrés años, el trabajo no le era una gran preocupación. Sus padres poseían una buena fortuna y ella se había independizado a un piso con todas las letras pagadas (propiedad de su madre) donde ella misma había crecido, y los trabajos de socorrista, monitora de natación y el de niñera le daban de sobra para pagar los gastos de la casa y salir por ahí de fiesta. Vivía así el día a día, sin preocuparse mucho pensando en el futuro. En su futuro. El ahora lo vivía relativamente bien, y eso es lo que contaba para ella. Al fin y al cabo no había nada en el horizonte ni perspectivas por las que intentar mejorar su situación.
  
CAPÍTULO I


“Si una gran parte de nuestros contemporáneos busca una satisfacción a sus necesidades afectivas en un amor idealizado, es porque además experimentan frecuentemente un desencanto profundo en las relaciones con los otros, y la pareja se les presenta como un refugio frente a los avatares de la vida.”
-          Marie-France Hirigoyen

“Las niñas ya no quieren ser princesas, y a los niños les da por perseguir el mar dentro de un vaso de ginebra, pongamos que hablo de Madrid.”
-          Joaquín Sabina

1

La decisión ya estaba tomada. No había vuelta atrás. Lo sorprendente del asunto era que Noelia, una chica que solía ser muy indecisa, se hubiera atrevido a dar aquel paso sin pensárselo mucho. Sabía que aquello le cambiaría la vida a partir de ese momento. Y estaba convencida de que sería un cambio para mejor. Mientras tecleaba de manera frenética, rellenando el cuestionario, lo tenía claro. Su emoción no podía ser controlada. ¡Iba a adoptar un perrito! Sí, vale, quizás no fuese el evento de su vida, pero para Noelia, cada mínima cosa que sucedía a su alrededor la experimentaba con una intensidad inusitada.
Una de sus amigas, Mei Ling, le había pasado el contacto de la protectora APA El arca, situada en Pozuelo de Alarcón, cuando Noelia le había comentado la posibilidad de tener una mascota que le hiciese compañía en casa para no sentirse tan sola.
Un voluntario de la protectora concertó una cita con la chica para el sábado próximo al mediodía. Quería hablar sobre el tema y que ella viera al pequeño yorkshire que escogió adoptar.
Noelia no podía imaginarse ni de lejos hasta qué punto iba a cambiar su vida a partir de aquella decisión.


2

El sábado 13 de abril, la mañana era clara y soleada, aunque sería un día fresco, con una temperatura media de unos 15ºC y una moderada brisa.
Noelia se levantó, tomó su medicación y se dio una ducha como cada mañana. Recogió todas las almohadas y peluches y los colocó sobre la cama recién hecha. ¡Aquella mañana estaba tan emocionada! Estaba tan pletórica que por un momento volvió a sentirse niña de nuevo… entonces regresaron las pesadillas. Trató de apartar esos pensamientos de su mente para que no nublaran su soleado día primaveral.
A pesar de que la casa continuaba patas arriba, pensó que ya la recogería por la tarde. Puso a calentar unas tostadas y fregó los platos de la noche anterior. Desayunó las tostadas con mermelada, un zumo y luego un café para despejarse, que tomaría en la cocina.
Estando allí notó algo moverse en la ventana de enfrente que se distinguía a través del patio interior. Miró y vio caminando, como buscando algo, a Asier, descamisado y mostrando sus pectorales. No era la primera vez que miraba a escondidas, como una voyeur, a aquel hombre de treinta y seis años. Se imaginó con él interpretando alguna de las escenas de Cincuenta sombras de Grey, aunque no de manera tan heavy, pero sí en los roles de amo y sumisa. Sandra, su mejor amiga, no podía con esa trilogía. Cuando Noelia, tiempo atrás, le expresó su interés por conocer a un chico como el de la novela, su amiga le reprendió. Para Sandra, Grey representaba el acoso disfrazado de historia romántica. Lo que le daba miedo era que había chicas, como Noelia, que soñaban con un Grey en sus vidas sin llegar a ser conscientes de lo que podría suponer eso.
Noelia no pudo evitar morderse el labio inferior mientras fantaseaba.
“Lástima que sea gay”, pensó.
Le observó por unos momentos. Le hubiera encantado amanecer con un hombre así al lado. No podía quejarse de las vistas, no. Asier alzó la vista y le pilló mirándole con deseo. Él se limitó a sonreír y a alzar la mano, ella sonrió también y alzó la cabeza a modo de saludo. En el fondo se sintió turbada, avergonzada. ¿Qué pensaría de ella? Le iba a tomar por pervertida o algo así. Se apartó de la ventana para tomarse el café.
Luego se lavó los dientes y se dispuso a prepararse para ir a El Arca. Había apuntado la dirección de la protectora en un papelito que se guardó en el bolso. Momentos antes de salir de casa, dudó por un momento y decidió agregar a su indumentaria una rebeca gris para abrigarse y se recogió el pelo en una coleta.
Fue al garaje a por su viejo Renault Clio (que quedaba en la parte trasera del edificio donde vivía) y puso rumbo a Pozuelo. A pesar de llevar anotada la dirección, puso el GPS en el coche para evitar errores. Lo dejó preparado aunque sin funcionar por el momento.
Encendió la radio. La vida sin música no era nada.
Mientras conducía, Noelia iba canturreando en ocasiones y tarareando en otras, la canción que sonara en la emisora mientras tamborileaba con sus dedos sobre el volante.
Ya había dejado atrás la capital.
Ese día, su compañera la sustituiría en la piscina en la que trabajaba y al día siguiente Noe doblaría el turno. Se lo podría haber cambiado perfectamente, ya que Noelia estaba en el turno de mañana y Lara en el de tarde, o incluso haber quedado en la protectora por la tarde, cuando hubiera salido de trabajar, pero así de complicada era Noelia.
A través de sus gafas de sol contempló el paisaje. Flores diminutas, amarillas y violetas, salpicaban el campo de un verde esmeralda a ambos lados de la carretera. El cielo azul claro y los árboles de un verde intenso resplandeciendo bajo los rayos del sol en aquella mañana primaveral daban una sensación de pureza y felicidad: tal y como se sentía Noelia, feliz. El color azul le daba tranquilidad y el verde le inspiraba esperanza. Con el fresco aire entrando por la ventanilla parcialmente bajada acariciando su rostro, un aire más puro que el de la capital, se sentía segura y sonrió en el coche.
No fue hasta que llegó a Pozuelo cuando encendió el GPS.


3

Toda la protectora estaba vallada y estacionó el coche en los aparcamientos exteriores. Antes de entrar, echó un vistazo al lugar. Inspiró con fuerza el aire fresco y puro. Sonrió.
Tras cerrar el vehículo, se colgó el bolso a un lado y comenzó a caminar hacia la entrada. Abrió la puerta de la valla y se dirigió hacia el edificio principal.
El suelo era árido en gran parte, y la tierra seca  levantaba polvo en el camino al andar. Hacía cinco días que no había llovido, y habían sido sólo cuatro gotas. La última lluvia más o menos intensa había sido el primero de abril.
—¡Hola!
La voz le llegó desde su izquierda. Noelia se giró y vio a una mujer joven que se aproximaba a ella. Al acercarse más vio su rostro redondo y pecoso, de unos treinta años, era una de las voluntarias, con su camiseta azul marino y el logo impreso.
—¿Qué tal? —volvió a insistir la mujer según se acercaba, sonriendo con amabilidad—. ¿En qué puedo ayudarte?
—¡Oh! Hola, buenos días. Vengo por la adopción de un perrito, me ha citado… —vaciló un poco— Me ha dicho que preguntara por Carman.
La mujer estalló en carcajadas, cosa que desconcertó a Noelia y se mordisqueó la uña del dedo índice, cosa que hacía cada vez que se ponía nerviosa.
—¡No puedo creer que te haya dicho eso! Es el mote que le tenemos puesto ¡Qué chico! Aquí todos nos tenemos apodos. Ven, por aquí —comenzó a andar hacia la parte de atrás del edificio, donde estaban dos voluntarios más con un perro junto a los caniles, haciéndole una seña a Noelia para que la siguiera—. Por cierto, yo soy Belén.
—Noelia, encantada.
Caminando hacia la parte trasera, daba la sombra y junto a la brisa, hizo que Noelia se acurrucara bajo la rebeca con sus brazos cruzados sobre el pecho, volviendo a echar el bolso hacia atrás desde el costado. Ambas iban hablando de temas sin importancia y Belén confundió a Noelia con una amiga de Carman, pero estaba equivocada.
Habían llegado a la esquina posterior del edificio cuando unos gritos y unos ladridos les sobresaltaron. Por lo que Noe pudo ver, a unos cincuenta metros, los dos voluntarios estaban intentando controlar al husky con el que habían estado. Un hombre y una mujer. Sabía que eran voluntarios por sus camisetas azul marino. Belén se disculpó con Noelia y corrió hacia ellos, dejándola en la esquina. No tardó en llegar hasta allí y ayudó a la mujer a sujetarlo para que no se escapara. La mujer sostenía la correa y tiraba con fuerza para no perderlo y el hombre, más joven que ella (quizás de la edad de Belén), se aproximó corriendo hasta ponerse enfrente del animal. Pareció forcejear un poco con el perro y en seguida éste comenzó a tranquilizarse.
Noelia no pudo ver con claridad qué le había hecho, pero estaba claro que había funcionado, puesto que el can se había calmado. La mujer por fin pudo llevarse el animal dentro de un barracón (del cual se había asomado alguien en bata blanca por el jaleo) y Belén y el hombre se quedaron hablando por unos momentos. Belén le señaló hacia Noelia y unos segundos después ambos se separaron. Belén entró al barracón donde había pasado la otra mujer momentos antes a la par que el hombre comenzó a caminar hacia Noe secándose el sudor de la frente con el antebrazo.
A medida que se aproximaba a ella, se dio cuenta de que no podría tener más de treinta años; es más, ni tan siquiera se acercaba a esa edad. Parecía joven. Quizás como ella misma. Y se dio cuenta de otra cosa: lo atractivo que era. Esbelto, rubio, de rostro cuadrado y firme pero amable, musculoso, con barba de unos pocos días… y cuando se paró frente a ella y se quitó las gafas de sol para dejarlas colgando del cuello de la camiseta, vio sus ojos, esos ojos color celeste con una diminuta pupila en su interior. Unos ojos como los que debía tener aquel husky. Eran los más sexys que jamás hubiera visto. Noelia apenas podía pensar con claridad. El hombre esbozó media sonrisa que rompía la perfecta simetría de su rostro y dijo:
—Buenos días, ¿te ha dicho Belén mi nombre?
Noelia tragó saliva y, titubeante, logró decir con un hilillo de voz:
—No.
—Antonio García. Puedes llamarme Toni.
Le dio dos besos.
—Encantada.
—Igualmente.
Ella se quedó paralizada. Se sentía tan pequeña, menuda y enclenque en comparación con esa mole de espaldas anchas y bien torneada. Podía intuirse que debajo de esa camiseta azul marino tenía unos pectorales firmes y bien definidos, totalmente deseables. Entornó los ojos cegada por la belleza del chico. El corazón de Noelia le iba a mil y, sin darse cuenta, una sonrisa se dibujó en sus labios.


4

Sandra tenía cada día más claro que los zapatos de tacón no eran un calzado apropiado para caminar sobre adoquines hundidos y aceras levantadas. Aunque para su suerte, ya había puesto pie en la acera plana y bien cuidada de la calle de Noelia, aunque estuviera en cuesta.
El calor sofocante del día no se apaciguaba ni con el sol ya oculto tras el horizonte pero con el cielo aún claro. Encima había sido un día duro para ella, toda la mañana tras el mostrador en la sección de perfumería de El Corte Inglés de la calle Preciados y por la tarde atendió al perrito de Noelia, salió de compras, dejó todo en casa y volvió a bajar. Y no, en ningún momento se había cambiado el calzado y tenía los pies destrozados.
Tan bien maquillada como siempre, desprendiendo a su paso una suave fragancia mezclada con el humo del cigarrillo que iba fumando, se dirigió hacia la esquina de la calle donde se encontraban dos hombres charlando en la acera frente al Bar Maravillas. Las miradas de los varones se dirigieron hacia la chica, que avanzaba como si caminara sobre una pasarela de moda, a paso firme y bien erguida, ondeando el vestido tras ella.
Sandra se paró en la puerta del bar, dio las últimas caladas a su cigarrillo, lo tiró al suelo y lo apagó pisándolo con fuerza. Al adelantar su brazo para tomar el pomo de la puerta, un sonido llamó su atención. Uno de los hombres le había silbado.
Ella se quedó quieta y le miró. Él esbozó una sonrisa según se relamía los labios.
—¡Tu puta madre, asqueroso! —le gritó Sandra.
Abrió y entró con calma según el hombre profería insultos de todo tipo.
Dentro del local, con la campanilla de la puerta tintineando de manera alborotada, suspiró, cansada. Allí se estaba fresco gracias a los ventiladores. No había demasiada clientela y el sonido de los vasos y los botellines resonaban con fuerza en medio del silencio.
—Siempre lo he dicho —dijo una voz que le fue reconocida—, tan guapa como bestia.
Sandra se giró a su derecha, de donde procedía la voz, y, de la esquina escondida de la barra, Dylan se acercaba a ella limpiándose los cristales de las gafas con la camisa. Estaban también Noelia y Kevin.
—Bestia no —se excusó Sandra—. No aguanto a esos cerdos.
—Al menos a ti te piropean —se aventuró a decir Noe—, a mí lo más bonito que me han dicho hoy es que mis piernas parecen dos alitas de pollo.
—¿Tú eres tonta? —dijo Sandra, clavando en ella una mirada de incredulidad y reproche.
—¿Qué he dicho?
Noelia no sabía porqué su amiga había reaccionado así, pero Kevin sí que lo intuyó.
—¡Haya calma, fermosuras! —intervino Dylan— Es de menester que os comunique que aquí mi buen y querido amigo, Lord Barbitas —hizo un ademán con la mano hacia Kevin—, me va a intentar enchufar en la empresa para la que trabaja. Ahora, si mis hermosas damas y mi valiente caballero me disculpan —hizo una reverencia—, me dispongo a ir al excusado a giñar.
Los chicos echaron a reír por el inesperado final.
Dylan se marchó entre las risas de sus amigos y Sandra, dirigiéndose a Kevin, dijo:
—¿En serio le vas a enchufar? Si éste no tiene idea de informática.
—Voy a intentarlo. Ya sé que no tiene mucha idea de ordenadores, pero igual en cualquier otro puesto… ¿quién sabe?
Los chicos se aproximaron a la mesa del fondo, donde solían sentarse siempre.
En cuanto tomaron asiento, se les acercó Adolfo, el dueño del local, que lo regentaba junto a su esposa.
—¿Ya estáis todos? ¿Os tomo nota?
—Cuatro cocas, Fito —dijo Noelia.
El hombre asintió y, según se alejaba, dijo:
—¡Marchando cuatro Coca-Colas!
Kevin hubiera preferido una Cherry Coke, pero allí no las tenían.
Los tres se sentaron y comenzaron a hablar. Noelia le preguntó a Sandra por Chip, el Yorkshire que había adoptado. Noelia le había hecho una copia de las llaves de su portal y de su vivienda para que Sandra lo atendiera cuando ella no pudiera. Enseguida llegó Dylan y se unió al trío.
Sandra se dio cuenta de que Noelia tenía un padrastro en uno de sus larguiruchos dedos. Sacó de su bolso un pequeño neceser y comenzó a curárselo. Dylan le pidió prestada la libreta y el boli que Sandra solía llevar siempre en el bolso y se puso a dibujar bajo la atenta mirada de Kevin mientras las chicas hablaban.
—Noe, tienes que dejar de comerte las uñas o acabarás manca.
—No puedo, me estreso mucho. Me es inevitable.
Sandra la miró con dureza y dijo:
—¿Tu madre y ese chico de la protectora?
Noelia asintió con energía.
La madre de Noelia, Maribel, había sido diagnosticada con cáncer de pulmón.
Toni, el chico de la protectora, cuando Noelia había ido a recoger a Chip, le había pedido quedar pero aún no lo habían hecho… ¡Y ya llevaban un mes así! Noelia le había contado a Sandra todo sobre él, por lo que era indudable que estaba colada por el chico.
Noelia y Toni habían hablado en numerosas ocasiones por WhatsApp, al principio Toni había hecho el seguimiento habitual del perro, y luego, de vez en cuando, Noelia le consultaba algo sobre el animal y acababan hablando sobre ellos mismos. Así, Noelia pudo saber que Toni tenía veintitrés años (como ella), sabía que no fumaba ni bebía (casi como ella), que su pasado había sido un poco tormentoso durante su infancia (como ella), sabía que vivía cerca del Courtyard Marriott, que trabajaba entre semana en una carnicería y que los fines de semana era voluntario en la protectora de animales, supo que su película favorita era Instinto básico, que tenía moto pero no coche, aunque sí el carnet, que le encantaba la Fórmula 1 y algunas cosillas más.
Noelia era el tipo de gente que solía fijarse mucho en lo que le unía a otras personas. Cuando alguien presentaba una similitud con ella, se emocionaba y le daba mucha más importancia a eso que les unía que a lo que les diferenciaba. Esa era la principal disparidad entre ella y la mayoría de las personas; Noelia buscaba sus puntos en común, mientras que la gente sólo se dedicaban a señalar con el dedo las desigualdades de los demás y crear tensiones y separatismos absurdos. Sin embargo, a pesar de esa magnífica cualidad, Noelia solía decir de los demás que “me odian por no ser como ellos y yo les quiero por no ser como yo”, menospreciándose de manera brutal a sí misma.
—Noe, cielo, ¿qué quieres que te diga? Lo de tu madre, nadie puede hacer nada por ella más que los médicos. Y lo de ese chico… bueno, si no te ha dicho de quedar, pídeselo tú.
—¿Yo? —dijo Noelia, abriendo mucho los ojos en gesto de sorpresa según acariciaba sus trenzas.
—¡Claro! Vamos a ver, ¿por qué tienen que ser siempre los tíos los que nos pidan salir a nosotras? A ti te gusta, ¿no?
—Sí.
—Pues adelante —se inclinó hacia su amiga—. No esperes.
—No sé, es que este chico es tan…
—¿Tan qué?
Noelia sonrió y se encogió de hombros.
—Me siento rara con él, me siento mal.
—¿Por qué?
—No tengo ni idea.
—Noe, ¿no será porque aún no asimilas que hayas encontrado a una potencial pareja?
—No sé.
—A ti siempre te han salido mal las relaciones, quizás sólo sea miedo. Además, a él ya le conoces más, no es lo mismo que cuando lo haces con cualquiera con el que te encuentres en un garito… Te pueden pegar algo, o violarte o agredirte… que hay mucho pervertido suelto, Noe.
Noelia negó con la cabeza, sonriendo y poniendo los ojos en blanco. Suspiró y dijo:
—Es que con este chico… —resopló— Es como vivir mi propia novela romántica, es de película —Noe mostraba un brillo especial en los ojos—. Lo tiene todo, joven, guapo, adinerado, culto, con sentido del humor, atento y cariñoso, amante de los animales, tiene apariencia de chico duro pero es sensible en el fondo… ¡Es como una película romántica! Para que luego digan que la perfección no existe.
Entonces Sandra tuvo un mal presentimiento.
—La vida real no es así, Noe —dijo Sandra.
Tuvo la sospecha de que algo raro pasaba allí. Sentía, aunque no tenía pruebas fehacientes para ello, que Toni no estaba más que interpretando a un personaje para conquistar y atar a su amiga. Aun así guardó silencio. Ver, oír y callar.
—Lo tuyo no es una historia de película —dijo de nuevo Sandra—, en esas películas la chica suele ser virginal y tu ya te has tirado a medio barrio.
Ambas echaron a reír.
—¿Es Noe? —preguntó Kevin a Dylan, cosa que hizo que las chicas desviaran las miradas hacia ellos.
Kevin mantenía la mirada fija en la libreta de Sandra en la cual Dylan estaba haciendo un dibujo.
—No —dijo Dylan—, el asaltacunas.
El asaltacunas era Adolfo. Dylan siempre le llamaba así cuando estaban solos en el grupo por la buena relación que tenía con Noelia. El chico suponía que debía estar enamorado de ella.
—Qué majo Kevin —susurró Noelia a Sandra—, se fija en mí.
Tiempo atrás le había dado el coñazo con Kevin, ya que también intentó enrollarse con él, sin conseguirlo.
El dibujo presentaba el rostro de perfil, con nariz prominente, al igual que la barbilla sobre el cuello de cisne, todo ello enmarcado en un rostro alargado. En cuanto Dylan hubo terminado de dibujar el pelo y las arrugas, se dieron cuenta de que era él. Las chicas miraron el dibujo y dieron su aprobación con una sonrisa y un gesto de asentimiento con la cabeza.
Adolfo regresó con el pedido mientras los chicos hablaban.
—Perdonad, perdonad la tardanza.
—No te preocupes —dijo Sandra—. Mejor tarde que nunca.
Les trajo también unos pinchos de tortilla, cosa que a Kevin le alegró mucho:
—¡Saboreadla bien, chicos! Las quitaremos a partir del mes próximo.
Kevin dio un respingo en la silla y miró al hombre:
—¿Y eso?
—Recortes presupuestarios. Habrá que sustituirlas por algo más barato o no sé qué haremos.
—Es una lástima, porque las cosas como son, la tortilla de aquí está buenísima —dijo Kevin devorando el primer bocado—. Te lo digo en serio.
—Me alegra oír eso. Seguiremos teniéndola en el menú, pero la quitaremos para las tapas.
—Bueno, al menos podré seguir viniendo a comer tortilla.
El hombre rio y se colocó la bandeja bajo el brazo antes de marcharse de nuevo.
—Donde esté un buen bocata de calamares que se quite la tortilla —dijo Dylan.
—Y luego no me haces caso cuando te digo que eres más castizo que el chotis —apuntó Kevin—. En serio, no sé qué le ponen aquí pero está buenísima.
—Tío —dijo Noelia—, es casera. Normal que te sepa mucho mejor que la prefabricada que compras tú.
—¿Y qué quieres? Yo haría un estropicio si me pongo a hacerla, tengo que comprarla ya hecha.
—Éste verano tú y yo vamos a tener jaleo —intervino Dylan.
—¿Qué?
—Que te voy a dar unas clases particulares de cocina.
Kevin se encogió de hombros y dijo:
—Por mí bien.
Y se comió el último trozo de su tortilla cuando Dylan volvió a retomar la libreta.
Noelia se volvió hacia Sandra y dijo:
—¿En serio tú crees que debo pedírselo?
Sandra asintió.
El teléfono de Kevin sonó y el chico se disculpó para atender la llamada y se retiró un poco del grupo, hacia el fondo, dirigiéndose cerca de la puerta de los lavabos. Los chicos escuchaban la conversación. Kevin decía:
—Sí… No te preocupes, es multiplataforma, se puede ejecutar en cualquier sistema sin necesidad de modificar nada… Windows, Unix, Mac… Exacto, sí…
Sandra, escuchando la conversación, dijo:
—Os juro que me fascina cuando habla así.
Noe rio y dijo:
—Para empezar, ¿te fascina cuando no entiendes lo que dice?
—Este chico es un misterio —dijo Sandra, sin hacer caso del comentario de su amiga—. Habla tan…
Dylan intervino:
—Cada uno sabe de lo que sabe, aunque para los demás nos suene a chino todo.
—¡Touché! —añadió Noelia. Se giró hacia su amiga y dijo— ¿Te pone oírle hablar de tecnología? Windows, USB, Microsoft…
Rieron.
Dylan tan sólo se encogió de hombros y dijo:
—Él es así, pero es buena gente. Es inofensivo.
Las chicas echaron a reír.
—No, si eso ya lo sé.
—Sandra, le conoces desde hace tres años, no sé de qué te extrañas a estas alturas.
—Dos y medio.
—Bueno, dos y medio, tres, ¿qué más da? ¡No me seas Kevin!
Aquella tarde en el Maravillas recordaron algunas anécdotas. Riendo de nuevo con cada recuerdo compartido entre la piña de amigos. Ese solía ser el día a día del grupo: quedaban para tomar algo y bromeaban, se divertían y reían. Solían decir parida tras parida, como cuando Kevin comentó que se iba a depilar ese verano.
—Se nos está volviendo un metrosexual —dijo Dylan y miró a Kevin—. Ahora sólo falta que te afeites.
—Pero es que llevo tanto tiempo con la barba que no sé qué me podré encontrar tras ella si me afeito.
Echaron a reír. Dylan preguntó:
—¿Te imaginas que detrás de tanto pelo tienes una cara?
—¡Mmm! Interesante —dijo Kevin entornando los ojos.
Sandra le acarició la barba de la barbilla y dijo:
—Te queda bien así. Aunque pinchas un poquito.
—Mary Sue —dijo Dylan—, no le acaricies mucho que creo que usa su barba como recoge babas para cuando duerme.
La chica apartó la mano con un grito:
—¡Joder, tío! ¡No seas asqueroso!
Echaron a reír y Kevin dijo:
—No seas asqueroso pero bien rápido que has quitado la mano…
Ese tipo de conversaciones estúpidas eran típicas entre ellos cada vez que estaban juntos. Por separado se comportaban como personas adultas, pero cada vez que se juntaban, toda la madurez se iba al garete.
—Creo que nunca pasamos de la adolescencia mentalmente, y eso siendo optimistas.
—Llevas toda la razón, Kevin querido —dijo Dylan.
—Pero bueno, luego veo a celebridades mucho mayores que nosotros haciendo el tonto y haciendo chascarrillos en los medios y se me pasa. Pienso, “bueno, no somos tan inmaduros al fin y al cabo”.
—Pero Kev…
—¡Que no me llames así!
—Sí, bueno, a lo que iba. Ellos son famosos y les ríen las gracias. Haces o dices lo mismo que ellos tú y te toman por retrasado mental por ser un Don Nadie.
—Y he ahí la hipocresía humana.
Recordando cosas, Noelia contó cómo lloró cuando se le murió el Tamagochi, Kevin también lloró cuando se lo dijo (pero de la risa).
Dylan comentó:
—Yo era de los que no rebobinaba las películas cuando las devolvía al videoclub.
—Pero, tío —intervino Kevin—, si tú alquilabas DVD’s.
—¿Y?
A Sandra, lejos de divertirla sus bromas, la apenaban. La entristecían porque de algún modo sabía que Dylan no era realmente feliz y había algo que enturbiaba su vida. Si bien es cierto que Dylan bromeaba, en sus oscuros ojos se atisbaba una oscuridad aún mayor. Mirarle a los ojos suponía mirar al vacío. Su mirada estaba despojada de la alegría que aparentaba con sus palabras.


5

Al llegar a casa, Noelia fue a mimar a Chip que corrió a su encuentro. Se dirigió al balcón del salón y lo abrió de par en par. Se asomó, apoyando los codos sobre la barandilla y contempló el barrio. Casi era de noche por completo, una franja azulada se veía en el horizonte al oeste, y por todos los edificios resplandecían miles de luces, farolas, ventanas y neones. Ella siempre había dicho que Malasaña tenía un encanto especial. Era un barrio tan colorido, tan lleno de vida, con tan buen ambiente y al mismo tiempo tan acogedor, con vecinos que son como una gran familia…
La fragancia de sus geranios en el balcón la embriagaba y sonrió aspirando el aroma. Los sonidos típicos de una ciudad, el ajetreo, voces, cláxones, llegaban hasta sus oídos distantes y tenues. Se abrazó a sí misma. ¿Sería posible dejar atrás el pasado y todos sus malos recuerdos? ¿Sería realmente posible cambiar a una vida mejor y más alegre?
La brisa ondeó sus cabellos rubios sobre su cabeza, como si flotaran en torno a ella, como un ángel. Se notaba el fresco, incluso al cruzarse de brazos, los sentía fríos. Al menos, abrazada a sí misma, se daba algo de calor. No supo cuánto tiempo había estado así, disfrutando del momento, del frescor, del olor de los geranios, del lejano olor a parrillada también, pero cuando decidió volver a entrar ya había caído por completo la noche.
Envalentonada e ilusionada, Noelia, esa noche en su cama, decidió probar suerte y le mandó un WhatsApp a Toni:
—¡Hola! ¿Te apetece quedar un día?
La respuesta no tardó mucho en llegar:
—¡Sería genial! Pero ahora no puedo, ya te avisaré, ¿ok?
Aquello fue un soplo de aire gélido que apagó de golpe la llama de la esperanza que Sandra había encendido. Noelia se sintió decepcionada, aunque no sabía muy bien porqué, ya que ella había desechado la idea de que eso fuese a pasar. Pero fue Sandra la que le había incitado para que lo hiciera.
—Ok.
No, estaba claro que a él no le interesaba demasiado ella, por lo que decidió pasar página y seguir con su vida. Si el día de mañana le interesaba quedar y ella estaba disponible, pues bien, pero al menos no se iba a comer la cabeza con ello mientras tanto, persiguiendo un sueño inalcanzable.
A Noelia le afectaban mucho las cosas, por estúpidas que parezcan… y arrancó a llorar en la soledad de su apartamento.


6

Junio llegó con varios amantes habiendo pasado por su lecho sin que ninguno cuajara. Incluso uno de sus amigos. Noelia no era capaz de mantener una relación estable por más que lo intentara. No desde Claudio, hacía ya un año…

Por la mañana del sábado día 8, todos quedaron temprano. Habían ido a hacer algunas compras por la calle Fuencarral, cosa que a Dylan no le parecía muy buena idea para un sábado por la mañana. Tenían que estar zigzagueando entre las riadas de gente que caminaba por la calle, disolviendo y reagrupando al grupo. El sol brillaba en el cielo y el barullo de gente creaba un ambiente muy animado. Gente iba y venía por las calles, en sus camisetas de manga corta (o sin mangas), caminando o en bicicleta.
Ésta vez también estaba con ellos Mei Ling. La chica no solía estar mucho tiempo con los cuatro ya que, entre la carrera de empresariales y el trabajo en el restaurante de sus padres, apenas le quedaba tiempo para nada.
Noelia llevaba a Chip corriendo delante de ella a poca distancia atado a la correa. Estaba junto a él siempre que le era posible. Acabó por tomar a Chip en brazos cuando un ciclista casi se lo lleva por delante. Le dio miedo dejarle en el suelo. Noelia le había pedido a Lara que doblara ese día.
Sandra, Mei Ling y Kevin habían entrado en una tienda de ropa mientras que Noelia y Dylan esperaban fuera. Noe no podía pasar a ninguna tienda teniendo a Chip con ella. Y no se separaba de él en la medida de lo posible. Se habían apartado hacia la pared del local para permitir el paso de la gente.
Noelia y Dylan se habían mostrado unidos desde que el lunes ambos aparecieron por la tarde ante el grupo ojerosos y somnolientos, pero felices e hiperactivos. Sin embargo ahora parecían estar otra vez distantes. Noelia era consciente de que en cualquier momento se le podría escapar un “mi amor”, o un “te quiero”, o un “cielo”. Tenía que estar haciendo un esfuerzo consciente para mantener esas palabras atrás y no dejarlas salir. Sabía que ni era conveniente pronunciarlas ni debía hacerlo. Pero era demasiado impulsiva y estaba segura de que no tardaría mucho en que llegara el momento en que al final salieran. Eso le asustaba. Y quizás fue por eso por lo que la relación con Dylan cambió radicalmente en los últimos días, mostrándose ella también más distante, fría, indiferente, dura… Ese era su peculiar maquillaje, un maquillaje que ocultaba su miedo a derretirse. Pero Noelia, en el fondo, por más que le insistiera con su cariño, sabía que tampoco habría nada que hacer (como siempre). Ni Toni, ni Dylan, ni Claudio, ni Kevin, ni nadie de nadie. Incluso una vez lo había intentado con Samuel, el hijo de Adolfo y Carmen, pero enseguida la mujer le quitó las intenciones. Se sentía sola.
—¿Cómo está tu madre, Noe? —preguntó el chico, tan bajo como pudo ser audible entre el jaleo.
¿Por qué le preguntaba eso? ¿Se preocupaba por su madre? ¿Dylan sentía verdadera preocupación por el estado de salud de la persona más importante de su vida?
“Oish, que mono…” pensó y en seguida se odió a sí misma. Se enfadó consigo misma por volver a enternecerse e ilusionarse cuando él parecía mostrar interés por lo que a ella le preocupaba.
—Bien, bueno, estable, como siempre. Mañana me bajaré a Gran Vía a verla.
Noelia solía ir a visitar a su madre y su padrastro todos los fines de semana al piso de Maribel, y si no podía un fin de semana, sacaba hueco como fuese un día de lunes a viernes para bajar.
—Al menos está estable —Dylan estaba con la cabeza gacha y la voz débil, apoyado de costado sobre un cartel de la fachada en la que se veía a una joven ama de casa planchando.
—Sí.
—Espero que se reponga muy pronto, tía —se le notaba angustiado—. Ahora se puede, la quimioterapia y esas cosas pueden acabar con el cáncer e impedir la metástasis.
—Sí, pero casi está más tiempo en el hospital que en casa.
—Eso es lo de menos, Noe. De verdad —Noelia juraría que le vio los ojos acuosos tras los espesos vidrios de sus gafas—. Lo que importa es que salga adelante. Da igual que sea en casa o con continuas visitas al médico. Yo en esa situación daría lo que fuera por vivir más, aunque tenga que pasarme la vida conectado a una máquina.
—Pero eso también es una carga. No sólo para el paciente, si no para los familiares también.
—Sí, pero no sé —la voz de Dylan sonaba débil—. Yo daría lo que fuese por vivir. Tu madre puede lograrlo y estoy seguro que lo hará. Parece una mujer muy fuerte y positiva. Ya verás como sí.
Él la abrazó, con cuidado de no aplastar a Chip entre ellos. Noelia tuvo la sensación de que más que abrazarla para darla ánimos era para que ella se los diera a él. Pobrecillo. Ella ya estaba ablandándose de nuevo y… ¡No, tenía que ser fuerte!
—Tranquilo, yogurín, estaremos bien —dijo Noe antes de lanzar una mirada furtiva al interior de la tienda para ver si los veían y le dio un pico clandestino a Dylan.
¿Por qué coño había hecho eso? No debería, no debería haberlo hecho. Tonta, tonta, tonta, se dijo a sí misma. Se suponía que no debería mostrarse tan cariñosa con él, sino más bien todo lo contrario.
Entonces Dylan se retiró y se ajustó las gafas. Se le veía serio. No era un aspecto de enfado, si no de ser una persona que pasaba por duros momentos. Bueno, realmente, Dylan no parecía triste, sino pensativo, preocupado. Había algo en su cabeza que le hacía desconectar de la realidad, sumirse en sí mismo y ahí es cuando llegaba la tristeza. Se le veía con la mirada perdida, quieto y en silencio, momentos antes de vérsele cabizbajo. También, fijándose, bajo los rayos del sol, se dio cuenta de algo que le había comentado Sandra días atrás: estaba extremadamente pálido. Su rostro tenía un aspecto cenizo, lechoso, que poco tiene que ver con la morena piel de un ecuatoriano.
—¡Dylan! —gritó Sandra desde el interior del local.
Ambos miraron hacia adentro y vieron que la chica le hacía gestos para que se acercase. Él pasó y Noelia se apoyó en un árbol, frente a la puerta, a esperarles. Los miraba, a los cuatro, allí dentro.
Noelia sentía cierta envidia sana hacia Sandra por lo bien que se veía en cualquier ocasión. Tenía buen aspecto y siempre le quedaba bien todo. Comparaba sus manos, sus uñas… Las manos de Sandra, suaves, delicadas, bien tratadas y las largas uñas arregladas y cuidadas; mientras que las manos de Noelia estaban más ásperas, con manchitas por manipular productos químicos, las yemas arrugadas y las uñas cortas y mordisqueadas. Noelia se miraba sus dedos y veía los nudillos abultados, resaltados por la delgadez. Se miraba los tobillos y los veía con venas verdes y abultadas. Se asqueaba a sí misma. Noelia pensaba que Sandra era la más guapa del grupo, de los cinco, incluyendo a Mei Ling.
Dylan era tan… tan él. Tan peculiar.
Miró a Kevin mesándose la barba, con su cabeza sobresaliendo sobre el resto.
Mei Ling estaba abstraída en su móvil.
No pudo evitar sonreír al pensar qué haría ella sin esos granujillas. Los quería con locura. ¿Acaso merecía su amistad? Eran tan grandes para lo poca cosa que se sentía ella. Tan inútil, tan ignorante, tan… Sandra siempre la llamaba llorica porque siempre se emocionaba con todo con gran facilidad. Dylan estaba tan raro con ella que a veces pensaba que le hablaba por compromiso. Kevin le llegó a llamar puta por acostarse con un chico a las dos horas de conocerlo durante las fiestas del 2 de Mayo. Y Mei Ling… bueno. Mei Ling le había perdonado algo que, en palabras de la propia Noelia, era imperdonable. ¡Qué vergüenza sintió! Cada día que pasaba, más se sentía como una lacra para el grupo.
Entonces lo oyó, antes tan siquiera de darse cuenta de que lo estaba oyendo, sumida en sus pensamientos. Entre el jaleo, escuchó canturrear a alguien con voz queda y grave.
“I'm a fisherman and I come seeking more sardines rip rip rip ripping you like as sardines”.
Aquel chico cantarín pasó al lado de ella, mirando el móvil. Ambos chocaron y casi tira a Noelia al suelo.
Ella, al mirarle a la cara para pedir disculpas…
—¡Toni! —exclamó con una sonrisa.
El chico también esbozó una sonrisa. Su tez morena contrastaba con su pelo rubio dorado, que parecía más claro, sedoso y brillante que la última vez que le vio. El sol debía habérselo aclarado.
—¡Noelia! —se guardó el teléfono en el bolsillo de los vaqueros— Vaya casualidad, ¿cómo te va?
Toni la tomó de los hombros y la dio un par de besos que le fueron devueltos por Noelia.
—Bien… bien —aún estaba casi en shock por la sorpresa, reía de manera nerviosa—, he salido con unos amigos para dar una vuelta. Han entrado a la tienda y yo me he quedado aquí fuera con éste —levantó frente a ella a Chip— Y bueno, tú, cuéntame, ¿qué haces por aquí?
—Igual que tú, aunque yo he venido solo. ¿Qué tal anda el pequeñín? —preguntó mirando a Chip.
—Pues ya le ves, genial. Creo que me has dado un perro loco, no para quieto ni un momento. No sé de dónde saca tantas energías.
Noelia le meció, el animalito intentó lamerla y ella apartó la cara. Le dio un beso en la cabeza. Le sostuvo entre sus brazos y le acarició un poco. Toni también le acarició.
Noelia se fijó en esas manos estilizadas pero fuertes, con las venas marcadas que bajaban desde el antebrazo. Fuertes y delicadas al mismo tiempo, se las imaginó moldeando un jarrón en barro… o mejor aún, que ella era el barro.
—Y no sé… —rio nerviosa— ¿Qué hacías? ¿A dónde ibas?
—La verdad es que caminaba sin rumbo. Tan sólo paseaba.
Ella rio de nuevo antes de decir:
—Y… ¿Cómo que no has ido hoy a la protectora?
—He pensado tomarme el finde libre para hacer algunas compras y resolver algunos asuntos…
Lo poco que dijo no llegó a los oídos de Noelia, pues estaba demasiado enfrascada en sus pensamientos con la mirada perdida en Toni. Demasiado enfrascada en sus fantasías. Bla, bla, bla… y de todo eso sólo llegaba a sus oídos una voz carente de contenido pero armoniosamente suave y grave. Una voz proferida por un hombre de rasgos perfectos, entendido, amante de los animales y con sentido del humor. Un hombre fibrado, sano, locuaz, simpático, bien parecido, de labios perfectos, nariz recta y ojos claros como el día. Tenía una mirada azul y fresca como el mar. Estaba anonadada mirando embelesada aquellos labios rosados rodeados de una fina barba incipiente y rubia. ¡Y pensar que esos mismos labios le habían dado un par de besos momentos antes, acariciando sus mejillas!
Podía notar también el olor de su sudor atenuado por el desodorante y la colonia, algo que le parecía muy excitante. Le faltaba el aire y le sudaban las manos. ¡Ya le estaba dando otra vez el asma!
Ella sacudió la cabeza intentando apartar de su mente todas esas ideas y tratando de centrarse en la conversación.
—Noelia…
La chica salió de su trance.
—Dígame usted.
—¿Te gustaría que nos viéramos algún día de estos más tranquilamente? Tú y yo. Te dije de quedar y aún no lo hemos hecho.
La cara se le iluminó a Noelia. Oleadas de calor, de nervios, eternos segundos de intentar asimilar lo que le había propuesto…
—¡Sí, me encantaría! ¿Mañana mismo?
—¿Mañana?
—Bueno, o cuando tú puedas —pensó que se había mostrado demasiado desesperada y le dio corte—. Si tienes cosas que hacer…
—¡No, no, no, no! Sí, mañana me parece bien —el corazón le iba a explotar en el pecho a Noelia, ¡había aceptado para mañana! Quería gritar—. ¿Te viene bien si mañana a las diez estoy en tu portal?
Noelia dejó caer los hombros con cara triste.
—Por la mañana trabajo, si puede ser por la tarde me vendría mejor.
Por un momento temió que él se retractara en su decisión o que no pudiera quedar por la tarde, en ese caso, le pediría a Lara que doblara de nuevo o que le cambiara el turno. Cualquier cosa con tal de no perder aquella oportunidad.
—¿A las seis te viene bien?
¡Dios, sí, sí, sí!
—Por supuesto. Sería perfecto.
Toni esbozó media sonrisa y le guiñó el ojo.
—Me encantas, niña.
Noelia sintió el calor en las mejillas al ruborizarse. Con los brazos cruzados sosteniendo a Chip, agachó con timidez la cabeza, para esquivar su mirada, y se relamió los labios. Tenía la boca seca. Sin dejar de mirarle como una colegiala, sonriendo, se llevó el índice derecho a la boca y comenzó a mordisquearse la uña de nuevo. La brisa le tiró un mechón de pelo sobre la cara y ella se lo recogió tras la oreja rápidamente. Entonces se acordó del mal aspecto que debía tener y lo descuidada que parecería a ojos de Toni. Para nada elegante. Echó una rápida ojeada a su propio reflejo sobre las lentes oscuras de las gafas del chico que colgaban de su camiseta. ¡Dios, tenía un aspecto horrible en verdad!
—¡Joder! —dijo Noelia estallando en carcajadas— Pero no me mires así, que me intimidas.
—¿Por qué? Si no te hago nada.
—No sé —giró la cara, que debía estar roja como un tomate, hacia Chip.
—Anda, te dejo tranquila, Noelia. Mañana por la tarde voy a buscarte a tu portal. Diviértete.
—Sí, gracias. Tú también, Toni.
Ella le dio dos besos de despedida y observó con una gran sonrisa cómo él continuaba su marcha. Se sintió un poco tonta diciéndole que se divirtiera cuando Toni tan sólo iba a dar un paseo. Pero lo hecho, hecho está. Mantuvo en él esa mirada de enamorada, de ensoñación, sonriendo como una tonta y, con un romántico suspiro, bajó la vista hasta su culo que se movía apretado en los vaqueros según se alejaba.
Sandra, saliendo de la tienda a toda prisa, se acercó a ella y le tomó del brazo:
—¿Quién es ese guaperas? ¿Era Toni?
—¡Sí! —Noelia no podía contenerse la emoción—. Y hemos quedado por fin para mañana.
Las dos chicas se sonrieron mientras que Mei Ling y los chicos ni se enteraron.
Sandra intentó lanzar una mirada al chico, que ya estaba bastante lejos, medio oculto entre los viandantes.
—¡Joder, Noe! Qué buen ojo tienes, ¿eh?
Estallaron en carcajadas.


7

Habría que verla aquella noche jugando con Chip, arrodillada en el suelo y revolcándose por el mismo con el perrito corriendo alrededor de Noelia y ladrando. A veces se le subía al pecho y ella acariciaba esa bola de pelos haciéndole carantoñas. Meneando el rabo, intentaba lamer la cara de Noe mientras ella se ocultaba el rostro entre sus manos y acto seguido se lo comía a besos. Cuando ya estaba demasiado cansada de jugar con él, lo tomaba entre sus brazos, se sentaba, lo ponía en su regazo y le acariciaba contemplándole con una sonrisa.
Cuando se ponía a bañarle, ambos acababan empapados y llenos de espuma porque no dejaban de jugar incluso entonces. Con sus ojos negros y su nariz húmeda, Chip daba lametones al aire, entre el pelito de su hocico, como relamiéndose.
Eran increíbles las cosas que le llegaba a hacer sentir esa pequeña bolita de pelos hiperactiva. Lo quería con locura. Se lo pasaba como una niña jugando con él. No era capaz de comprender que pudiera existir gente que maltratase a los animales.
Aunque ella no era creyente, el año próximo le llevaría sin dudarlo a las fiestas de San Antón para que recibiera la bendición.

Esa noche a Noelia le costaría conciliar el sueño, emocionada de que el momento tan esperado por fin había llegado. Transcurrieron dos meses y por fin había llegado. Dio vueltas y vueltas en la cama. Siempre que tenía que madrugar era cuando menos podía dormir. Y con lo de Toni… al día siguiente le iba a ver, al día siguiente iba a quedar con él…
Se sentía tan feliz y acabó conciliando el sueño con una sonrisa en los labios y soñando con los angelitos.




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